En
una ocasión le preguntaron a Lou Reed cómo sería escribir una buena canción de
rock, a lo que el músico respondió que el siempre se preguntaba cómo lo haría
Raymond Chandler “Tiene que ser algo simple, porque no se trata de transmitir
una gran idea para que la gente piense, si no de contar una historia con frases
directas y con ritmo”. Pocos advierten la influencia que la literatura ha
tenido en la creación de canciones populares, sobre todo entre los pioneros del
rock, quienes no tenían un pasado pop al cual recurrir para inspirarse y
entonces tomaron a los libros como una primera
forma de aprendizaje. Dentro esa escuela los autores de la novela negra
– con Chandler a la cabeza – ocuparon un lugar de preferencia.

Su historia como escritor es bastante atípica y seguramente sea lo que
influyó en su visión oscura de las conductas humanas. En 1932, cuando contaba
con 44 años, perdió su empleo de ejecutivo en una empresa de combustible como
consecuencia de la Gran Depresión. Pero más allá de la crisis global, fue su
conducta impredecible la que lo puso en la calle. Alcohólico, depresivo y con
inclinación tanto a acosar empleadas como a intentar suicidarse, fue durante
esos años oscuros que se hizo adicto a leer numerosas pulp magazines (aquellas
que Quentin Tarantino homenajeo en su “Pulp Fiction”), unas baratas revistas de
ficción efectista que circulaban en la norteamérica empobrecida. Recordando su
olvidable paso por el periodismo en Inglaterra, decidió enviar a ‘Black Mask’
algunos relatos cortos que fueron muy bien recibidos por los lectores. De la
remezcla de situaciones y personajes de esos cuentos emergerían las futuras
novelas “El sueño eterno”, “Adiós, muñeca” y “El largo adiós”. Todas protagonizadas
por su irónico anti-héroe, el detective Philip Marlowe.
Chandler era un tipo difícil. Las veces que fue convocado por los grandes estudios
cinematográficos hubo conflictos de todo tipo. Ya cuando Howard Hawks decidió
adaptar “The Big Sleep” a la pantalla grande se encontró con que la novela
tenía varios cabos sueltos, por lo que le envió un telegrama
preguntándole directamente “Estimado Raymond ¿nos diría cómo murió el chofer en su libro?”, a lo
que el autor respondió que sinceramente no tenía la menor idea. Años después, para la
escritura de “The Blue Dahlia” - su primer guión no basado en un texto previo -
exigió como pago botellas de whisky, ya que solo borracho podría romper el
bloqueo creativo que sufría. Pero las mayores asperezas se dieron con Alfred
Hitchcock, para quién creó el guión de “Extraños en un tren”. Ambos no se
dirigían la palabra, sobre todo luego de que el maestro del suspenso escuchara al
escritor referirse a él como “ese gordo bastardo”. El director inglés arrojó todo lo
escrito hasta entonces a la basura. Estas experiencias empujaron a Chandler a escribir el antológico artículo “Writers in Hollywood”, en donde concluye que la industria
cinematográfica le paga grandes sumas a prestigiosos escritores solo para que
estos no se quejen cuando ignoren todas sus sugerencias.

En la colección de relatos “El simple arte de matar” Raymond Chandler deja todo bien claro con una elocuente introducción: "el autor realista de novelas policiales habla de un mundo en el que los gangsters pueden dirigir países: un mundo en el que un juez que tiene una bodega clandestina llena de alcohol puede enviar a la cárcel a un hombre apresado con una botella de whisky encima. Es un mundo que no huele bien, pero es el mundo en el que usted vive. No es extraño que un hombre sea asesinado, pero es extraño que su muerte sea la marca de lo que llamamos civilización". ¿Por qué matamos, mentimos y robamos? ¿Por qué nos corrompemos? Ese es sin lugar a dudas el misterio más grande de todos. Y sigue sin resolverse.