Cuando Federico
Andahazi decidió lanzarse como ensayista publicando una serie de volúmenes con
el pomposo título de “Historia sexual de los Argentinos” no fue bien recibido
por los historiadores de trayectoria. Particularmente Pacho O´Donnell sentenció
que las anécdotas allí vertidas sobre Juan Manuel de Rosas – que señalan que
este mantenía una relación incestuosa con su hijastra Emilia Castro, a quien tenía encerrada en un sótano – eran totalmente falsas y eran otro
intento de los liberales para ensuciar al “primer gobernante que rigió para los
sectores populares”.
Muchas veces quienes
hicieron la historia tienen una visión menos fanatizada que aquellos que luego se
encargarán de volcar su vida y época en los libros. Quizás por ello es que Juan
Manuel de Rosas reconocerá el valor del “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento
- texto furiosamente antirosista - y lamentará que en el bando federal no
exista una pluma capaz de crear un texto a la altura del de su ilustre
detractor. “El libro del loco Sarmiento es de lo mejor que se ha escrito contra
mí; así es cómo se ataca, señor; así es cómo se ataca. Ya verá usted que nadie
me defiende tan bien” fueron las palabras del Restaurador luego de leer el
libro. Y el político sanjuanino no fue el único que la emprendió contra el
hombre que ilustra los billetes de 20 pesos argentinos. El célebre relato “El
Matadero” escrito por Esteban Echeverría hacia 1840 - y considerado unánimemente como el cuento
fundacional de la literatura argentina – muestra a los federales como
individuos crueles, miserables y ladinos, que no dudan en acorralar a cualquier
disidente del gobierno rosista.

Estas dos visiones
sobre el país están muy bien ejemplificadas en el libro “La Gran Polémica
Nacional” que recoge los cruces epistolares entre Sarmiento y Juan Bautista
Alberdi. Si bien los dos se habían opuesto al régimen federal con vehemencia, con
el paso del tiempo afloraron enormes diferencias ideológicas entre ambos, sobre
todo en la época de la elaboración de la Constitución Nacional. La altura y
profundidad con la los dos pensadores argumentan en este volumen es notable,
algo inimaginable en las discusiones mediáticas y deshilachadas que protagonizan
los ensayistas contemporáneos.
Con las décadas las
miradas revisionistas se multiplicaron y adoptaron ropajes peronistas, radicales
o socialistas según la coyuntura. Paralelamente varios libros de divulgación
histórica se transformaron en éxitos editoriales, introduciendo a la gente en
los nebulosos dilemas históricos argentinos. Todo este proceso termina con
respetados investigadores como Luis Alberto Romero alarmados ante la reciente
creación del “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego”.
Pacho O’Donnell dirá en la inauguración de dicha identidad: “si Romerito tiene
tantas pelotas para insultarme desde las páginas de un diario que venga a
debatir”.