Una Historia, mil historias

Cuando Federico Andahazi decidió lanzarse como ensayista publicando una serie de volúmenes con el pomposo título de “Historia sexual de los Argentinos” no fue bien recibido por los historiadores de trayectoria. Particularmente Pacho O´Donnell sentenció que las anécdotas allí vertidas sobre Juan Manuel de Rosas – que señalan que este mantenía una relación incestuosa con su hijastra Emilia Castro, a quien tenía encerrada en un sótano – eran totalmente falsas y eran otro intento de los liberales para ensuciar al “primer gobernante que rigió para los sectores populares”.

Es probable que Rosas encabece la lista de próceres que desatan controversia entre los investigadores. A lo largo de 150 años la tinta no ha dejado de correr a favor y en contra del líder federal, dependiendo del perfil ideológico de quien lo retrate. La denominada “historia oficial” - centrada sobre todo en los lineamientos del presidente y periodista Bartolomé Mitre - describió al mandatario como un tirano, basándose sobre todo en el perfil despótico de su segundo gobierno. Un buen exponente de esto es el libro “La dictadura de Rosas” de Mariano A. Pellizo, que hasta la década del 30’ era de consulta obligatoria. Con la llegada de revisionistas como Manuel Gálvez, Julio Irazusta y José Luis Busaniche la visión académica sobre los primeros años de la historia argentina cambió radicalmente, caracterizándose por fuertes ataques a los cronistas liberales y por la recuperación de los caudillos como figuras centrales de la identidad local.

Muchas veces quienes hicieron la historia tienen una visión menos fanatizada que aquellos que luego se encargarán de volcar su vida y época en los libros. Quizás por ello es que Juan Manuel de Rosas reconocerá el valor del “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento - texto furiosamente antirosista - y lamentará que en el bando federal no exista una pluma capaz de crear un texto a la altura del de su ilustre detractor. “El libro del loco Sarmiento es de lo mejor que se ha escrito contra mí; así es cómo se ataca, señor; así es cómo se ataca. Ya verá usted que nadie me defiende tan bien” fueron las palabras del Restaurador luego de leer el libro. Y el político sanjuanino no fue el único que la emprendió contra el hombre que ilustra los billetes de 20 pesos argentinos. El célebre relato “El Matadero” escrito por Esteban Echeverría hacia 1840  - y considerado unánimemente como el cuento fundacional de la literatura argentina – muestra a los federales como individuos crueles, miserables y ladinos, que no dudan en acorralar a cualquier disidente del gobierno rosista.

“La monstruosa falsificación de la verdad histórica que se intenta hacer pasar bajo el hipócrita nombre de ‘revisionismo’ alcanza también a la patriota figura de Esteban Echeverría” grita Julio Notta un siglo más tarde en su libro sobre el autor de “El Matadero”. Los historiadores de formación clásica nunca aceptaron que se juzgue como valioso para el ser nacional un periodo y un ideario que para ellos constituía todo lo contrario a un verdadero proceso civilizador. El tan mentado enfrentamiento entre civilización y barbarie recorre toda la historiografía criolla.

Estas dos visiones sobre el país están muy bien ejemplificadas en el libro “La Gran Polémica Nacional” que recoge los cruces epistolares entre Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. Si bien los dos se habían opuesto al régimen federal con vehemencia, con el paso del tiempo afloraron enormes diferencias ideológicas entre ambos, sobre todo en la época de la elaboración de la Constitución Nacional. La altura y profundidad con la los dos pensadores argumentan en este volumen es notable, algo inimaginable en las discusiones mediáticas y deshilachadas que protagonizan los ensayistas contemporáneos.    

Con las décadas las miradas revisionistas se multiplicaron y adoptaron ropajes peronistas, radicales o socialistas según la coyuntura. Paralelamente varios libros de divulgación histórica se transformaron en éxitos editoriales, introduciendo a la gente en los nebulosos dilemas históricos argentinos. Todo este proceso termina con respetados investigadores como Luis Alberto Romero alarmados ante la reciente creación del “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego”. Pacho O’Donnell dirá en la inauguración de dicha identidad: “si Romerito tiene tantas pelotas para insultarme desde las páginas de un diario que venga a debatir”.

Quizás los investigadores académicos están más cerca de las vedettes que vociferan en los programas de chimentos de lo que se cree. Después de todo los términos Historia e histeria están a solo una vocal de distancia.