Con la tinta en el ojo

La agresión es moneda corriente en internet, y los escritores no escapan a la norma. Basta con hacer un tour virtual por el océano de blogs, webs y redes sociales para observar que los autores locales no escatiman en sarcasmos, indirectas y descalificaciones de todo tipo a la hora de referirse a sus pares. El carácter viral que adquiere todo en la red hace que muchos piensen que las trifulcas entre literatos son algo contemporáneo, pero lo cierto es que desde tiempos inmemoriales muchos han sido los creadores que se lanzaron los más venenosos dardos entre sí.


La literatura argentina posee una larga historia de enfrentamientos que va desde el clásico Sarmiento versus Alberdi del siglo XIX, hasta la polémica entre las escuelas de Florida y Boedo décadas más tarde. En el marco de esta última dicotomía fue que Roberto Arlt acusó a Borges de “perder el tino”. Y al bueno de Jorge Luis también le gustaba bastante la ponzoña, como se desprende de las páginas del monumental libro 'Borges' de Adolfo Bioy Casares. A lo largo de sus más de 1600 páginas son varios los literatos atacados, pero quizás quien se lleva la peor parte es Ernesto Sábato. En un momento el creador de La invención de Morel afirma “Borges me asegura que le ha tomado tanto odio a Sábato que ya no imagina su cara tal como es, sino en caricatura”. 

En el resto de los países latinoamericanos las cosas no han sido diferentes. Uno de los escritores más importantes de las últimas décadas, el chileno Roberto Bolaño, no dudó en atacar a varios monstruos sagrados de las letras en español. Particularmente se ensañó con sus exitosos compatriotas Alberto Fuguet, Antonio Skármeta, Marcela Serrano e Isabel Allende. Esta última no dudó en contestarle. “Eché una mirada a un par de sus libros y me aburrió soberanamente” dijo la autora de La Casa de los Espíritus.

El investigador Albert Ángelo recopiló en el libro “Escritores contra escritores” jugosos enfrentamientos literarios, muchos de los cuales llaman la atención por la creatividad exhibida a la hora de los ataques. Un buen ejemplo es el de Vladimir Nabokob, quien afirmó sobre Samuel Beckett. “Todo es tan gris e incómodo en sus libros que al final parece que sufre contantes malestares de vejiga, como le pasa a la gente mayor cuando duerme”. Por otro lado el norteamericano Mark Twain dijo sobre su colega inglesa Jane Austen: “Cada vez que leo Orgullo y Prejuicio me entran ganas de desenterrarla y golpearle el cráneo con su propia tibia”, obviando cualquier tipo de caballerosidad en el trámite.

Los nombres ilustres se suceden a la hora de inventariar los conflictos: Quevedo vs, Góngora, Dickens vs. Andersen, Pound vs. Chesterton, Hemingway vs. Faulkner, Aira vs. Cortázar; la lista de enfrentamientos es interminable. Pero más allá de la virulencia de las declaraciones, estas desavenencias nunca llegaron a resolverse violentamente.

La excepción es el ojo morado que Mario Vargas Losa le provocó a Gabriel García Márquez en 1976,  cuando al grito de “¡Traidor!” golpeó sorpresivamente al autor de Cien años de soledad en México, tirándolo al piso. Aunque ninguno de los involucrados habló jamás sobre el origen de aquel puñetazo, todo indica fue una reacción del peruano ante ciertas insinuaciones de Gabo hacia su esposa Patricia. Teniendo en cuenta que con los años ambos ganadores del Premio Nobel se distanciaron en el plano político (Vargas Llosa viraría hacia el liberalismo conservador mientras que García Márquez permanecería fiel las ideas de izquierda), estamos ante un caso en el que una escena de celos terminó teniendo impensadas consecuencias ideológicas. Una insólita variante literaria del “efecto mariposa”.