En “El ángel
exterminador” de Luis Buñuel los protagonistas, inexplicablemente auto
recluidos en una mansión burguesa, despiertan desconfianza entre la población.
Una bandera negra, símbolo de la peste, es emplazada en la casa ante la
sospecha de que sus moradores puedan padecer alguna enfermedad mortal y contagiosa.
La ausencia de buena salud es un fenómeno que aísla a quien lo experimenta, confinándolo
al doble sufrimiento de sentir su cuerpo desmejorado y su vida social desvanecida.
La práctica de señalar
con una bandera negra a un lugar afectado por una enfermedad nació durante el
siglo XIV, cuando la pandemia más mortífera de la historia de la humanidad
azoló al Viejo Mundo. Aparentemente la plaga se originó en Mongolia y llegó en
barco a la aldea siciliana de Mesina. A lo largo de 150 años, con distintos
picos de calma e intensidad, la bacteria “Yersinia pestis” mató aproximadamente
a 25 millones de personas en Europa y el doble de esa cantidad en Asia.
La Peste Negra ha
estado presente como tema dentro del arte numerosas veces. Desde el cuadro “El
triunfo de la muerte” del pintor flamenco Pieter Brueghel el viejo hasta en el
filme “El séptimo sello” de Ingmar Bergman retrataron aquel periodo terminal.
Además sus consecuencias a nivel sociocultural fueron muchas, y no son pocos
los que afirman que el despoblamiento que causó aquella plaga terminó
acelerando el fin de la Edad Media y la llegada del Renacimiento. De ser así la
Historia les daría la razón a todos los autores de autoayuda y líderes
espirituales que afirman que luego los periodos de enfermedad suele venir una
etapa de renovación.
Daniel Defoe y Albert
Camus participan de esta idea, aunque alejándose de las lecturas místicas y
conformistas. El primero, años después de publicar “Robinson Crusoe”, se
interesó por sus primeros recuerdos infantiles, en los que la epidemia que castigó a Londres en 1665 ocupaban
un lugar capital. Imaginando informes médicos, ordenanzas gubernamentales y
anécdotas de algunos entrevistados, Defoe le dio forma a “Diario del año de la
peste”. Se trata de un insólito ejercicio: una suerte de reporte periodístico
apócrifo que se adelantó en siglos a varios de los recursos literarios que hoy
llamamos posmodernos.
El caso de “La peste”
de Albert Camus es bien distinto. Publicada en 1947, es una gran novela
humanista en la que el escritor francés sintetiza su visión sobre la Segunda
Guerra Mundial. También se trata de una historia con tintes autobiográficos
(Camus había crecido cerca de la ciudad argelina de Orán, donde transcurre la
acción), pero aquí la idea no es hacer un recuento “realista” de los hechos. El
libro busca retratar el impacto que tiene la enfermedad sobre toda una
población, pero también funciona como una alegoría sobre lo ocurrido en Francia
durante la ocupación alemana. Las ratas - que alguna vez propagaron la plaga
por toda Europa - pueden interpretarse aquí como el ejército nazi sembrando la
muerte por doquier. Aunque en un principio muchos niegan la existencia de la
“peste”, las muertes llegan a tal punto
que todos quieren abandonar la ciudad, por lo que las autoridades deben tomar
medidas al respecto. Solo un nuevo espíritu solidario y militante podrá salvar
a los habitantes.
¿La superación de la enfermedad
siempre significa una nueva oportunidad? En el clásico “El enfermo imaginario”
se describe cómo el hipocondriaco Argán descubre que está rodeado de
charlatanes y traidores gracias a su engañosa convalecencia. Curiosamente
Moliere, autor de la obra, falleció de un ataque durante una de las primeras
presentaciones de la misma, por lo que cabría preguntarse si la muerte también
es una nueva oportunidad. Contradiciendo al discurso religioso -que postula que
el sufrimiento en vida garantiza la paz en el Más Allá -es necesario recordar
que las nuevas oportunidades solo llegan para los valientes que luchan por
vivir. Y que se flagelen los cobardes.