Los rostros de Violeta


“Si escribo esta poesía no es solo por darme el gusto

más bien para darle el gusto al mal con alevosía”


Cuando se buscan fotos de Violeta Parra en la web, son dos las expresiones que predominan en ellas. En muchas se la ve firme, asumiendo una actitud desafiante en una época en la que las mujeres tenían un triste papel segundario en la sociedad. En otras aparece sonriendo gozosamente. En casi todas está acompañada de una guitarra.

Si se procede a hacer lo mismo con su obra como artista plástica la sensación es unánime. Un colorido maravilloso nos inunda la mirada, mostrándonos un alma inquieta y contagiosa. Ese carácter lúdico e infantil está también presente en muchas de las canciones de la artista chilena, como “Casamiento de negros”, “Run run se fue pa´l norte” y “El Albertío”.  Incluso la decisión de publicar “Décimas: Autobiografía en verso” muestra esa inclinación a romper los moldes constantemente, tan característica de la niñez.

Su final triste y absurdo ha hecho que muchos la perciban como un personaje trágico. Cada tanto se revisita la discusión sobre si el clásico “Gracias a la vida” es un último homenaje a una existencia rica y satisfecha o si se trata de un ejercicio irónico antes del abrupto final. La oposición entre el uso de acordes menores, que le dan una atmósfera melancólica, y su letra vitalista parecería señalar que las dos visiones tienen algo de razón.

Pero es mejor quedarnos con la Violeta Parra luminosa y torrencial. No es casual que cuando le hicieran la típica pregunta sobre cuál sería su consejo para los jóvenes ella respondiera: “Que escriban como quieran, que usen los ritmos que les salgan, que prueben instrumentos diversos, que se sienten en el piano y destruyan la métrica, que griten en vez de cantar, que soplen la guitarra y tañan la trompeta, que odien la matemática y que odien los remolinos. La creación es un pájaro sin plan de vuelo que jamás volará en línea recta”.