Desde hace bastante tiempo en los colegios
argentinos se recomienda “El entenado” de Juan José Saer como material de
lectura para los alumnos. Por supuesto que esto es una buena noticia, pero no
solo por acercarles a los chicos la posibilidad de conocer a uno de los más
importantes escritores de la lengua castellana. En esa novela el narra un
momento iniciático en el cual los ojos del grumete Francisco del Puerto, integrante
real de una expedición de Solís, se transforma en otra persona luego de vivir
diez años entre los indios. Sus ojos europeos por primera vez presencian ese
paisaje pantanoso, indescifrable, tan propio del autor santafesino.
Si la mayor aspiración de cualquier artista es crear
un universo personal, Saer forjó una mitología blindada. “En la zona” en es el
elocuente nombre de su primer libro de 1960. Es en esa zona en la que se
moverán sus criaturas durante el resto de su obra, y que básicamente comprende Santa
Fe y sus aledaños tanto geográficos como históricos. Un espacio mutante y
espeso, que a veces será engañosamente simple y llano (“En la zona”, “La
pesquisa”) o envolventemente complejo (“El limonero real”, “Glosa”). Y que se
poblará de personajes reconocibles y esquivos, como Carlos Tomatis y Pichón
Garay.

Es sabido que el escritor en su juventud fue
profesor de cine en la Universidad Nacional del Litoral. Los recursos
cinematográficos (zoo, flashback, flashforward, montaje paralelo) alcanzan una
presencia muy fuerte en su narrativa, llegando a la fluidez absoluta de “La
grande”; su última obra. Allí sus mecanismos se acercaron como nunca a la
definición de novela que uno de los personajes describe como “el movimiento
continuo descompuesto”. De eso se trata la obra de Juan José Saer: un río
infinito en cuyos remolinos da gusto bañarse.