Maldito tú eres


En la página dedicada por Wikipedia – que todo lo sabe pero nada lo aclara – a Raúl Barón Biza se pone énfasis en la ambigüedad que despierta la figura del escritor argentino. Por un lado están quienes inevitablemente se centran en su truculenta vida personal y quienes, por el contrario, buscan reivindicar el talento literario de un autor tan único como brutal.

El dilema de separar la obra de un artista de sus cuestionables conductas personales es tan viejo como la humanidad. Borges es un buen ejemplo de esto, habiendo prevalecido el indudable valor de su influyente escritura sobre muchas de sus cuestionables opiniones personales; siempre teñidas de su particular ironía erudita. Otro ejemplo más provocador aún es el de la cineasta alemana Leni Riefenstahl, cineasta oficial del régimen nazi. La directora exhibió una innovación técnica y un talento estético que han tenido una influencia radical en el cine posterior. Pero por sus aristas truculentas el caso del Barón Biza es más complejo.



Uno de los mayores problemas para la valorización de su obra es que es difícil de conseguir. Desde hace décadas libros como “El derecho de matar” y “Todo estaba sucio” no han sido reeditados y se han transformado en algo así como el Santo Grial para los coleccionistas. Este hecho hace que a la hora de hablar sobre su figura prevalezcan las anécdotas oscuras por sobre su estilo como escritor. Hoy todo el mundo sabe que fue quien creó la frase “tirar manteca al techo” durante su juventud ostentosa en Europa, que fue un personaje importante pero discutido dentro del radicalismo, que logró zafar del proceso por obscenidad que se le abrió y que arrojó ácido al rostro de su última mujer antes de suicidarse. Pero muy pocos han leído sus libros.

En los últimos años una serie de libros biográficos, sitios de internet oficiales y no tanto, además de dudosos informes periodísticos han vuelto a poner interés en este personaje polémico pero fascinante. Quizás este sea el primer paso para que se descubra su estilo brutal y deliberadamente desprolijo, pero que desarrolla una filosofía de lo políticamente incorrecto y una capacidad de corrosión única en la literatura de lengua española.

Quizás las palabras finales haya que dejárselas a Néstor Aparicio, el abogado que tuvo la difícil tarea de defenderlo en el primer proceso por obscenidad que se le abrió al autor cordobés y que está detallado en el prólogo de “El derecho de matar”, junto al fallo final: “El autor, Señor Juez, pone en boca de los personajes de su libro un comentario rudo, varonil, sobre algunos aspectos de la miseria humana con el único objetivo de exhibir la verdad y la verdad nunca es obscena y menos cuando se la presenta como una enseñanza de bien social. Desnudar el vicio para hacerlo execrable tal es el propósito de Barón Biza, lejos de provocar o incitar los bajos instintos hace abominarlos y prevenir sus horrores a los que cruzan el mundo con los ojos vendados.” Ahora nos toca a nosotros discutir si el Barón usó venda alguna en su obra y en su vida.