Para contribuir a la confusión general


Cuando alguien intenta aproximarse al campo de las ideas vigentes con espíritu esclarecedor, debe plantearse el problema de si su aporte no contribuirá en última instancia a hacer todavía más densa la confusión, como aquel que en desesperado esfuerzo por apagar el fuego, quisiera hacerlo soplando. Es tan impresionante el amontonamiento de las ideas más contradictorias no sólo en mentes distintas sino en una misma mente, que cuando se trata de tomar distancia para ser testigo de esa barahúnda con cierta objetividad surge la pregunta de si el destino del hombre no será crear una infernal telaraña para aprisionarse a sí mismo y propender a la propia destrucción, mediante la organización del desorden.

Pero hablar de contribuir a la confusión general equivale justamente a propiciar el desorden, dirán algunos. De todos modos, no se trata de un desorden contra el orden, sino más bien de un nuevo desorden contra el un viejo desorden.

El desorden, al envejecer, se fija, se fosiliza y adquiere así la apariencia del orden, pero solo porque está inmóvil, porque está muerto. Un desorden muerto se corrompe, hiede, contamina la vida con su podredumbre. Entonces es necesario crear un desorden totalmente nuevo que lo sustituya. Pero no cualquier desorden, sino uno que consuma lo viejo y purifique la vida: un desorden creador, por el cual circule la sangre siempre renovada de lo vital.