La historia de la literatura argentina está llena de mitos y enfrentamientos de todo calibre, los cuales muchas veces fueron magnificados por críticos y periodistas. Algunos están tan arraigados que terminaron transformándose en historia oficial y penetrando en los ámbitos académicos. En una charla con Ernesto Sábato, uno de sus supuestos enemigos literarios, Jorge Luis Borges se refería a la famosa polémica literaria de la década del 30: “Boedo y Florida fue una broma de Roberto Mariani y Ernesto Palacio; a mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución y yo, desde luego, no pude hacer nada, me resigné. Hubo otros, como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio”. Esta clase de malentendidos se repiten una y otra vez en los ámbitos culturales.
Otro mito mucho más reciente tuvo mucha difusión hasta bien
entrado el siglo actual. En el año 1992 Osvaldo Soriano fue invitado a una
entrevista a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires, conocida popularmente como “Puan”, al estar ubicada en esa calle de
Caballito. El escritor repitió en varios reportajes posteriores que en las
preguntas que los alumnos le hicieron había un evidente tono belicoso que buscaba incomodarlo en
todo momento. La leyenda dice que Beatriz Sarlo, custodiando el canon de lo
que debe ser respetado o denostado en materia de literatura, había preparado el
evento para hacerle pasar un mal momento al autor de “Triste, solitario y
final”. Se trata de una versión que el propio Soriano se encargó de reforzar y
que, luego de su muerte, autores como Guillermo Saccomanno y Osvaldo Bayer
repitieron en numerosos artículos.
Pero Osvaldo Soriano tenía motivos para no sentirse bienvenido en
Filosofía y Letras. Pertenecía a cierto linaje de ‘malos escritores’ de
formación autodidacta, sin educación universitaria y con tendencia a recurrir a
la cultura popular como fuente de inspiración. Mientras que algunos nombres de
esta vertiente, como Roberto Arlt, tuvieron la suerte de ser rescatados y
reconocidos masivamente, otros como Mariani u Olivari, son solo reconocidos en
círculos reducidos gracias a reediciones recientes de algunas editoriales
independientes. Para colmo Soriano tuvo la mala suerte de ser muy exitoso,
sobre todo a partir del retorno democrático. Esto lo hizo blanco de burlas y
comentarios sardónicos en revistas como “Babel”, que nucleaba a jóvenes
intelectuales de principio de los 90’ como Martín Caparrós, Alan Pauls y Luis Chitarroni.
Todo indica que el autor de “No habrá más penas ni olvidos” fue más maltratado en
esas páginas que en las aulas de Puan.