El
escritor Amin Maalouf nació
en Beirut en 1949 y se crió entre el Líbano y Egipto, portando una condición
que para muchos es difícil de comprender: la de ser árabe y cristiano al mismo tiempo. Desde
joven intentó resolver su circunstancia investigando la historia compleja de la
relación entre Oriente y Occidente, algo que plasmó en su notable ensayo
“Las Cruzadas vistas por los árabes”. A
pesar de su creciente prestigio como periodista – que lo llevó a ser cronista
en países conflictivos como Vietnam y Etiopía – debió exiliarse en 1975 al
estallar la guerra civil libanesa entre las comunidades cristianas y
musulmanas.
Si
bien Maalouf defiende la importancia de la instauración de democracias fuertes
y modernas en Medio Oriente, desconfía de los nombres que suelen enarbolar esa
bandera. En ese sentido señala la poco feliz idea de George W. Bush de llamar
“cruzada contra el terrorismo” a su política intervencionista, la cual en
realidad buscó camuflar su apetito por hacer redituables negocios. Se trata de un capítulo más en una larga crónica de intolerancias de todo tipo, en la
cual perseguidos y perseguidores cambian de roles constantemente.
Lo
que hoy conocemos como Líbano era dominado en el año 313 D.C. por el Imperio
Romano de Oriente. Allí otro personaje se debatió entre dos culturas, solo que
sus decisiones tendrían un impacto mucho más radical en la Historia. El
emperador Constantino I había sido educado adorando a Sol Invictus, uno de los
tantos dioses paganos de los romanos, pero ante el avance del cristianismo –
que en sus inicios había sido considerado como una peligrosa secta judía - decidió
legalizar sus prácticas mediante el Edicto de Milán. En solo un par de décadas
los cristianos pasaron de ser arrojados a los leones frente a una turba festiva
a representar la religión oficial del imperio. Una vez converso,
Constantino no dudó en destruir los templos del paganismo destinados a la
adoración de Artemisia, Afrodita y Apolo, modificando muchos de ellos de
acuerdo a la imaginería cristiana. La naciente Iglesia Católica apoyó aquella
persecución con vehemencia.
Tres
siglos más tarde Mahoma lograría unir a los agricultores y viajeros dispersos
de la península arábiga bajo la fe islámica, la cual entraría en una etapa de
fuerte expansión. Hacia el año750 el califato alcanzó su periodo de apogeo,
llegando a dominar Persia, el Norte de África, la Península Ibérica y la costa
del Mediterráneo. Muchas iglesias son convertidas en mezquitas y se instaura la
enseñanza del Corán en las escuelas. Igualmente el imperio musulmán creó una
particular forma de control impositivo: quienes no profesaban la fe musulmana
podían pagar un impuesto llamado “yizia” que les permitía seguir practicando su
credo sin ser castigados. Debido a esto a los gobernantes islámicos no les
convenía que los ciudadanos se convirtieran a su religión, pues esto causaría
una baja en su recaudación. Paralelamente a la Iglesia Católica no le agradaba la
idea de haber perdido el acceso a Jerusalén y Tierra Santa – los sitios en los
que vivieron sus fundadores – y en el Concilio de Clemont de noviembre de 1095
el papa Urbano II anunció el comienzo de las Cruzadas. Estas se terminarían
transformando en un violento proceso de casi dos siglos que cobraría más de 5
millones de vidas, algo bastante alejado de las crónicas de valerosos caballeros con las que suelen ser promocionadas.
Sin
embargo también existieron espacios de convivencia pacífica. El ejemplo más conocido
es el de Al-Ándalus, nombre que recibían las tierras ibéricas cuando estaban
bajo dominio árabe, en donde se logró cierta armonía entre moros, cristianos y judíos.
Pero no todo fue tan idílico como algunos historiadores recuerdan y durante
esos años muchos practicantes del judaísmo fueron obligados a convertirse al
cristianismo, recibiendo el mote peyorativo de “marranos”. Aquellos que no
renunciaron a la fe hebrea fueron expulsados de España en 1492, cuando los Reyes Católicos tomaron Granada.
Amin
Maalouf sitúa su novela “Samarcanda” en
la ciudad del mismo nombre, una de las más antiguas del mundo y que por estar
ubicada en plena Ruta de la Seda también fue un crisol religioso durante varios
siglos. Allí narra una trama de intrigas y ocultamientos enriquecida por el complejo contexto histórico.
El protagonista del libro es el gran poeta persa Omar Jayyám, cuyos versos
prologan la historia: “Dime ¿qué hombre no ha transgredido jamás tu ley? / Dime ¿qué placer tiene una vida sin pecado? / Si castigas con el mal el mal que te he hecho / dime
¿Cuál es la diferencia entre tú y yo?”. La respuesta es ninguna.