Los siglos de Juan Filloy

A comienzos del año 2000 Mempo Giardinelli bromeaba sobre la longevidad de cierto escritor cordobés afirmando que era el único autor que había vivido tres siglos. El hombre en cuestión había nacido el 1° de agosto de 1894 y todavía exhibía una vitalidad envidiable en las entrevistas que daba, sin demostrar mucha preocupación por el hecho de que su obra no se consiguiera con facilidad. Esa tranquilidad bien pudo ser parte de lo que lo ayudó a vivir tanto, siempre lejos de Buenos Aires y sus círculos literarios. Pero Juan Filloy no podía ser eterno y pocos días antes de cumplir 106 años abandonó el plano de los vivos con destino incierto.


Incierta era también la suerte de su obra literaria, que como una criatura anómala escondida en un hueco oscuro, cada tanto asomaba la cabeza en forma de reediciones que amenazaban con consagrarlo definitivamente. Pero esto no ocurría, a pesar de los reconocimientos oficiales en Italia y Francia, sumados a los muchos premios literarios vernáculos. Ni siquiera la popularidad de Julio Cortázar, quien lo citaba como influencia en libros y conferencias, logró impulsar su carrera. “Che: no te parece que este muchacho hace esto y aquello como vos” le dijo un día su esposa refiriéndose a ciertos recursos literarios que el autor de “Rayuela” usaba con frecuencia, a lo que el cordobés simplemente respondió “Si, dejalo nomás”. Es que la dificultad para encontrar sus libros lo hacía un autor ideal para la rapiña de ideas sin que nadie lo notara.

Erudito y sardónico, Filloy hizo de la osadía una constante a la hora de sentarse a escribir. Tipo seguro de sí mismo, no dudó en enviarle un ejemplar de su novela “Op Oloop” a Sigmund Freud (quien por aquellos años estaba abocado al aprendizaje del español), ya que supuso que muchas de las imágenes allí descritas harían las delicias del padre del psicoanálisis. Unos cuatro meses más tarde recibió una breve carta del médico austriaco diciendo: “He leído su libro con mucho gusto y apreciado la índole del tema. Felicitaciones.”, un logro notable si se tiene en cuenta que se trataba de una edición personal de pocos ejemplares destinados al círculo íntimo del Filloy. Cuando se intentó hacer una publicación porteña la policía moral de la época amenazó con incautar la obra y apresar al editor, por lo que se dio marcha atrás con el proyecto. Probablemente expresiones como “regimientos de penes erectos” y “grutas de forma vaginal” eran demasiado para el ciudadano medio modelo 1934.

Recién más de tres décadas después la editorial Paidós publicó “Op Oloop”, “¡Estafen!” y “La potra”, con notable repercusión. Sin embargo el autor alegó nunca haber recibido el pago que correspondía por estas publicaciones, por lo que nuevamente su obra cayó en la oscuridad. Cada vez que un coleccionista daba con alguno de sus títulos le escribía a su hogar de Río Cuarto, expresándole su admiración. Finalmente al entrar en el presente siglo, sus libros fueron reeditados con periodicidad, listos para deslumbrar a una novísima generación de lectores y a aquellos veteranos que no habían tenido la suerte de toparse con alguno de los escasos ejemplares de aquellas míticas primeras ediciones.


Jurista, boxeador, dibujante, fundador del Club Talleres e ironista magistral, es divertido imaginárselo frente a los militares que en 1976 lo citaron alarmados por las burlas hacia las Fuerzas Armadas que poblaban “Vil & Vil”. Filloy les explicó: “Lo que se dice ahí lo dicen mis personajes. No soy yo. La cabeza de un escritor, sépanlo, es una matriz que está preñada; siempre está pariendo personajes”. Esas criaturas que escandalizaban a los hombres del  siglo pasado siguen siendo igual de malhabladas, y aún tienen muchos palíndromos para deslumbrarnos. Por suerte.