Mujeres, letras y mercado


Extraña situación la que sufren las autoras latinoamericanas. Una serie de nombres copa las listas de ventas cada vez que edita un nuevo libro, pero no parece haber un reconocimiento profundo sobre las autoras clásicas que, mediante audacia y tenacidad, enriquecieron la literatura en español de una manera radical. Isabel Allende, Marcela Serrano, Ángeles Mastretta, Laura Esquivel, Gioconda Belli y tantas otras, cada una con sus defectos y virtudes, parecen ajustarse a cierto ideal de mujer contemporánea que muchos consideran superficial.

Como bien lo señalara Alfonsina Storni en el poema “Me quieres blanca”, las mujeres históricamente habían sido relegadas a un papel segundario, mayoritariamente ornamental en lo social. Las brillantes excepciones de Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Amalia Puga de Lozada, Adela Zamudio e Isabel Prieto de Landázuri en el siglo XIX tardaron décadas en ser consideradas como parte del canon. Todas ellas a su vez tenían un antecedente en Sor Juana Inés de la Cruz, que aunque algunos estudiosos ponen en duda el contenido feminista de su obra, desde su lugar de religiosa supo producir una obra rica y compleja.

¿Cómo se pasó de aquellos tiempos de soslayo a esta popularidad aplastante? La respuesta no está tanto en la actitud militante de muchas escritoras, sino también en el crecimiento de la economía de mercado. Así como ocurrió con otros sectores relegados (tanto raciales como sexuales), el mundo de las letras empezó a aceptar a las mujeres en la medida de que sus obras pudieron transformarse en mercancías. Cuando esto ocurre inmediatamente aparece el peligro del anquilosamiento, de la repetición de una fórmula que ante los ojos del canon representa a “lo femenino”. Aquí es donde se tornan difusos los límites entre la pasteurización en busca de los favores del público y la expresión sincera y combativa.

Como bien sostiene la uruguaya Cristina Peri Rossi: “Yo no creo que el hecho de ser mujer determine ni los temas ni la manera de escribir, o el hecho de ser hombre tampoco. Un escritor tiene muchísimas veces la necesidad y las ganas de romper el condicionante que es: si yo tengo el condicionante de ser mujer desde el punto de vista biológico y genético para el resto de mis días, puedo vencer esa limitación imaginariamente y a veces me pongo en la cabeza de un hombre”. Para decirlo de una manera clara: los autores más valiosos son aquellos que reaccionan contra de lo que se espera de ellos.

Más allá de los nombres taquilleros existen autoras como Juana de Ibarbourou, Alejandra Pizarnik, Clarice Lispector, Maria Luisa Bombal, Marosa di Giorgio, Silvina y Victoria Ocampo, entre otras, que desestabilizan nuestro concepto de lo que se entiende por “literatura femenina”. Como con toda etiqueta, lo mejor que se puede hacer con ella es faltarle el respeto; y por suerte estas damas se encargan de ello.