Luego de los atentados
del 11 de Setiembre del año 2001 la forma de relatar la realidad se complicó de
distintas formas. El día que George W. Bush dijo “O están con nosotros o están
con ellos” no solo puso presión a los gobiernos del mundo para alinearlos en su
“lucha contra el terrorismo”, también impulsó una oleada de corrección política
que homogenizó las formas de contar la realidad. Músicos, cineastas y
escritores se vieron en la encrucijada de pensar cada uno de sus pasos,
debatiéndose entre la pasteurización inofensiva y el riesgo que suponía ejercer
una mirada crítica sobre el fenómeno.
El terrorismo muchas
veces es una forma perversa de defender una causa justa. Palestinos, irlandeses
o salvadoreños en distintos momentos de su historia han sufrido alguna invasión
o tiranía, las cuales han terminado siendo el detonante de una respuesta
armada. Intentar reflejar la complejidad de estos procesos es bien difícil,
sobre todo si se trata de evitar un excesivo romanticismo o una mirada
forzadamente maniqueísta.
A la vez estas
guerrillas suelen nutrirse de la mirada ingenua de los que aceptan acríticamente
una causa, sin medir las consecuencias. Incluso hasta se puede terminar
fortaleciendo a quien se pretende combatir, como se refleja en el filme de
Reiner Werner Fassbinder “La tercera generación”, en el que un grupo de jóvenes
burgueses repite discursos de guerrilla y planea sabotajes como si se tratara
de un picnic. Una visión desencantada muy a contramano con el grueso del
discurso combativo de los 70’s.
La literatura ha
compartido esa mirada en varias ocasiones. En “La buena terrorista” la ganadora
del Nobel Doris Lessing describe a un conjunto de personajes de una minoritaria
célula revolucionaria en plena preparación de un atentado. Al suspenso
creciente se le une la sensación de que nadie sabe muy bien por qué está allí.
Lo más probable es que solo los impulse el aburrimiento.
Un paso más allá lleva
las cosas el francés especialista en estudios árabes Mathias Enard. En su breve
sátira “Manual del perfecto terrorista”, un texto ambiguo que, a la manera de
“El Príncipe” de Maquiavelo, puede ser leído como un listado de instrucciones para
caer en prácticas de terror o como una denuncia contra estas, jugando inteligentemente
esa carta tan contemporánea que es la ironía. Un misterioso sensei llega a una
isla del Caribe y allí adoctrina a un servil esclavo. Este, en busca de la
emancipación, verá sus certezas desafiadas y su virtud literalmente vulnerada. Una vez más aparece
la imagen del rebelde ingenuo y fácilmente manejable.
“Los terroristas no tratan de matarnos porque odian nuestra libertad. Nos matan porque estamos en sus países matándolos” afirmaba hace un par de años Michael Moore en una carta en la que el tema central era la corrección política. Sea por aburrimiento o por ceguera ideológica, el terrorismo es una práctica aberrante aunque sea la consecuencia de un reclamo justo. Encontrar la forma narrativa adecuada para exponer esta sentencia es otra historia.