
“¿Por negocio o por placer?”. Que esta sea la pregunta habitual que se le hace a una persona cuando está de viaje evidencia como esta actividad, alguna vez rica y fascinante, hoy persigue fines más superficiales. Pero antes que el mundo se transformara en un lugar sin misterios para los seres humanos, viajar representaba un riesgo, una aventura incierta cuya mayor recompensa era la posibilidad de descubrir territorios y culturas desconocidas. Por eso, a pesar de ser un género en peligro de extinción, las crónicas de viaje siguen ejerciendo una atracción única sobre el lector contemporáneo.
Si bien los relatos de viaje tienen un interés particular para historiadores y antropólogos, no hay que soslayar la calidad literaria de muchos de ellos. El hecho de sentirse apabullado ante los nuevos paisajes muchas veces despertaba en el cronista un desconocido talento descriptivo, una epifanía que lo epujaba hacia una creatividad indomable a la hora de escribir. Basta leer las palabras del Capitán James Cook al intuir la existencia de la Antártida: “A medida que nos aproximábamos a estos hielos oímos algunos pingüinos, pero sin verlos, y algunas aves de otra clase, lo que podría llevarnos a pensar que nos hallábamos cerca de una tierra. Creo que debe haber una tierra detrás de estos hielos. Si hay una, no proporciona a los pájaros, ni a otros animales, un cobijo mejor que el hielo mismo, pues, debe estar recubierta de hielo. Pese a mi ambición no solo de ir más lejos que nadie antes que yo, sino de ir tan lejos como fuera posible ir a un hombre, no me sentí molesto de hallar un obstáculo, pues en cierto modo era una liberación, y nos acortaba los peligros y las privaciones inseparables de una navegación por las regiones polares meridionales”.
Esta fascinación también se nota en la descripción de los nuevos pueblos que los exploradores descubrieron durante sus periplos. A modo de ejemplo se pueden tomar estas palabras de Miguel de Cúneo, miembro de la tripulación del Segundo Viaje de Cristobal Colón : “Los hombres, de uno y otro sexo, son de color oliváceo, como los de las Canarias; tienen la cabeza chata y cara de tártaros; son de pequeña estatura; la mayor parte tienen muy poca barba, piernas bellísimas y piel muy dura. Las mujeres tienen los pechos muy redondeados, firmes y bien formados”. La belleza de estas palabras casi distrae con respecto a los verdaderos fines que perseguía la corona española en el Nuevo Continente.

Ocurre que la otredad deslumbra, pero también asusta. Por esto al final lo que prevalece en muchas de estas crónicas es la mirada eurocentrista, focalizada en el contraste entre la "civilización" de los viajeros y la "barbarie" de los habitantes recién descubiertos. Esto adquiere una connotación ominosa si se piensa en los brutales crímenes que muchos conquistadores cometieron a lo largo de los siglos. De todas maneras también hubo exploradores que comprendieron al otro desde el respeto y la curiosidad, como Marco Polo. En su imprescindible “Viajes: libro de las cosas maravillosas del Oriente” el comerciante veneciano recorre Asia junto a el Gran Khan y logra un relato vívido y pintoresco que ha tenido una enorme influencia a lo largo de los siglos. Escritores como Ítalo Calvino y Jorge Luis Borges partieron de su testimonio para darle nuevos bríos en sus creaciones.
Existe una suerte de nostalgia colectiva con respecto a aquellos periplos. No es casual que ahora que los humanos nos encontramos inmersos de forma cotidiana en un mundo virtual y tecnológico, palabras como “navegar” y “explorador” vuelven a usarse en ese nuevo contexto, síntoma de lo necesaria que es esa incertidumbre de enfrentarse a lo desconocido. Mientras tanto, cronistas contemporáneos como el polaco Ryszard Kapuscinski - autor de libros maravillosos como "Ébano" y "La guerra del fútbol" - recuperan la mística ancestral de los viajes, deslumbrándonos con su retrato de regiones y gentes aún lejanas para la mirada occidental. Como dice Illija Trojanow, otro centroeuropeo vagabundo, desde el nombre de uno de sus libros: “El mundo es grande y la salvación acecha por todas partes”.

Ocurre que la otredad deslumbra, pero también asusta. Por esto al final lo que prevalece en muchas de estas crónicas es la mirada eurocentrista, focalizada en el contraste entre la "civilización" de los viajeros y la "barbarie" de los habitantes recién descubiertos. Esto adquiere una connotación ominosa si se piensa en los brutales crímenes que muchos conquistadores cometieron a lo largo de los siglos. De todas maneras también hubo exploradores que comprendieron al otro desde el respeto y la curiosidad, como Marco Polo. En su imprescindible “Viajes: libro de las cosas maravillosas del Oriente” el comerciante veneciano recorre Asia junto a el Gran Khan y logra un relato vívido y pintoresco que ha tenido una enorme influencia a lo largo de los siglos. Escritores como Ítalo Calvino y Jorge Luis Borges partieron de su testimonio para darle nuevos bríos en sus creaciones.