En la jaula

Llegó a ver en vida cómo se definía su época como “la era de Pound” y cómo se equiparaba su rol al de Marcel Duchamp como abrecabezas supremo de las vanguardias del siglo. Pero en sus últimos años empezó inesperadamente a pensar que no había sido el coloso que siempre creyó ser. Para espanto de los poundianos, confesó que siempre había impostado la voz, no para engañar al mundo, sino para engañarse a sí mismo. Reconoció que, comparado con los otros grandes poetas del siglo, él tenía demasiado pocos poemas indiscutiblemente geniales y que el titánico y megalómano esfuerzo de los Cantos había sido “estúpido e ignorante de principio a fin”. Y después no dijo nada más: se pasó sus últimos cinco años de vida sin proferir una palabra. Los poundianos dicen que aquellas tres semanas en la jaula en Pisa y los trece años en el hospicio lo quebraron. Joyce y TS Eliot y Yeats, que lo trataron muy de cerca mucho antes, creían que ya estaba seriamente desequilibrado en 1930 (fecha en que, casualmente o no, empieza a publicar sus panfletos raciales). La famosa foto que le hizo Avedon, que lo muestra cerrando los ojos a todo (honores y perdón parece que le dieran igual), ilustra más que mil biografías o ensayos dónde estaba Pound en sus últimos años.

Fragmento de la nota "Historia de un pedestal" de Juan Forn. Página/12, viernes 22 de abril de 2011.